Mujer de Derecho

Mujer de Derecho
Por Zadí Desmé
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Era una noche fría y lluviosa, todos los discípulos cual soldados inmóviles, escuchábamos atentamente al catedrático, nos hablaba sobre derecho penal, mis ojos se comienzan a nublar y las lágrimas incontenibles comienzan a fluir, mi corazón parece que va a estallar, trato de disimular pero no puedo, el dolor es intenso y la rabia muy fuerte, es algo que no puedo evitar de sentir.
A la mente se me ha venido la cara de mi esposo, él es la razón por la cual he tenido que ponerme a estudiar la carrera de Derecho en esta etapa de mi vida, no sé cómo puedo aguantar tanto y mantenerme de pie, firme; es como luego de llorar y llorar me hubiera salido una coraza que me protege pero que hoy cedía incontrolablemente.
Familiares y amigos me han dado la espalda, es como si tuviera una enfermedad leprosa y temen contagiarse, eso duele mucho al principio porque uno piensa que los tienes ahí aunque sea para escuchar una sola palabra de aliento, que decepción, pero hay una fuerza divina invisible que me levanta y me pone de pie para seguir por este misterioso camino que nos pone la vida.
Ayer por la madrugada fui hacer la gigantesca cola para visitarlo, gente de toda condición se arremolinaba en la entrada peleando por hacer valer su derecho a su lugar en la fila, quieren ver a los suyos. Luego de una larga espera comienza a avanzar la línea y uno por uno pasamos a un cuarto, nos sacamos toda la ropa, nos hacen flexionar para ver si escondemos algo en nuestra intimidad, me siento vejada, debería haber otro sistema, pero es lo que es, me pongo la ropa rápidamente ante la inhumana revisión de las gendarmes que se nota que gozan con este espectáculo y te tratan como si fueras un ser humano de quinta categoría; paso finalmente a un gigantesco y apestoso patio, se respira dolor y sufrimiento, hay gente que ríe, otros que lloran y uno que otro recluso no arrepentido trata de toquetear a los visitantes a ver que pueden robarles; a un lado sentado en una esquina veo a mi esposo, esta cabizbajo, tengo que contener mi frustración porque él está más débil que yo; me acerco hacia él, me toma de la mano “ya no aguanto más” me dice, nos ponemos a llorar, nos abrazamos y tratamos de darnos fuerzas, nos sentamos y hablamos. “Hoy entendí que la justicia es realmente ciega, tú no deberías estar aquí” le digo al despedirme. Como todos los martes llegue tarde al estudio jurídico donde trabajo, siento las miradas en mi espalda, pero mi esposo es mi vida.
Por la noche, ya muy tarde después de clases, casi desfalleciendo llego a casa, no he tenido tiempo de probar bocado, mis dos hijos están durmiendo, mi pobre madre con sus achaques incondicional los cuida, en puntillas entro a su cuarto y les doy un beso en la frente.
Como todas las noches, reviso el expediente judicial de mi marido, hay algo que pasaron por alto, mañana le estoy sugiriendo al abogado pedir la declaración de testigos que no fueron considerados inicialmente, si todo sale bien podría salir en libertad y finalmente hacerse justicia. “Dios mío dame fuerzas”.

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